Llegó ese momento, el que por partes iguales temí y anhelé. El momento en el que sucumbí porque me quedé sin fuerzas para seguir adelante. Tuve la sensación de que todo lo que me rodeaba se quedó estático. Como las partículas de polvo suspendidas en ese espacio que me vio caer o como el propio tiempo. Todo se congeló. Cerré los ojos. Ya había visto lo que tenía que ver. Corrijo. Vi lo que no había querido ver y la luz entró por todas y cada una de mis grietas. Soltar y dejar ir no es un fracaso, es un acto de amor propio. Aceptarlo tomó su tiempo.