—Rebeca, dime ¿qué herramientas has desarrollado para atacar a la depresión?
—Lo primero, dejar de atacar, porque mientras más duro la golpeo, más fuerte regresa el golpe a mí. Ya entendí que si la veo como a un enemigo, voy a entrar en una guerra sempiterna. Por eso estoy aprendiendo a dejarla ser y a dejarla ir. A tener paciencia cuando me desconecto de lo que me rodea porque el dolor no me permite estar presente y cuando los días pierden el color. Tú me dijiste que no huyera de mis sentimientos y eso es lo que estoy haciendo, aprender a quedarme con la tristeza y a acompañarla hasta que decida irse.
—¿Me puedes describir qué es lo que pasa cuando esa nube gris te quita el sol? ¿Qué piensas? ¿Qué sientes?
—Empiezo a sentir que ya comencé a morirme antes de tiempo, porque no encuentro motivaciones que me muevan el alma. Intento salir a flote con lo que tengo, pero flotar no siempre es suficiente porque el agua también me entra por los poros de la piel y me ahoga. Entonces me vuelvo a hundir y veo cómo los rayos del sol empiezan a perder su luz y el calor. Así que cierro los ojos porque todo se vuelve negro, menos la imaginación, que esa todavía me queda y es mi faro en la oscuridad. Me recuerdo que la depresión no es una persona, es una experiencia.