Libertad. Me costó tres años entenderlo, muchas tardes de terapia, de acupuntura y de meditación. No fue fácil despedirme de las sombras que me siguieron, incluso en la oscuridad; de aceptar aquella verdad; tampoco fue sencillo aprender a confiar en la sabiduría de mi cuerpo y mucho menos decirle «no» a otros para decirme «sí» a mí misma. El dolor fue un gran maestro, sin hacerle preguntas me dio las respuestas. Me obligó a salir de ese útero que no pretendía darme a luz. Hoy pienso en el ave fénix. Es increíble que a lo largo de la vida podamos volver a nacer, que podamos volver a empezar de nuevo. Todos somos un milagro. Me lo recuerdo cada día cuando hago la terapia del espejo por la mañana. Me digo que me quiero sobre todas las cosas y que sin mí soy nada: Rebeca, si en esa dieta o en ese peso, si en tu rutina o en el estilo de vida que llevas, si con algunas personas o en ese lugar te cuesta mantenerte y te desgasta, ahí no es. Tu equilibrio está en otro lado.