Le dije a mi padre: No quiero ser marinero de todos, capitán de nadie. Entonces pagué el precio de la libertad. Ya son años a la deriva, buscando sin buscar. Mi pelo y mis ojos están llenos de sal, de mar y de viento. Por eso cuando me acerco a un puerto me dicen que tire el ancla, que me baje para echar raíces. Pero lo que no entienden es que en ese barco tan pequeño, llego a lugares que ellos no pueden imaginar. Porque para soñar hay que atreverse y ellos no se atreven. Sobre ese manto azul e infinito, me siento más real que cuando tengo los pies en tierra firme. No lo conciben, entiendo que no lo hagan. No es fácil comprender la locura ajena. Pero es que yo no viajo hacia los puertos, yo navego hacia las estrellas.