Sí, ahora lo entiendo, la paz mental no reside en la ausencia de emociones desagradables, sino en mantenerse entero en medio de ellas. Entonces, y por primera vez, me permití sentir aquel nudo en la garganta y la presión en el pecho. Lo hice porque quiero entenderme, porque quiero abandonar el mal hábito de juzgar mis acciones y porque quiero dejar de esconderme detrás del hambre emocional que llega por las tardes. Fueron treinta minutos de dolor, pero al minuto treinta y uno desapareció la presión del pecho. Fue hasta entonces que comprendí que en cualquier cuarentena se puede ser libre.
Y duele, sentir duele, porque «cada Titanic tiene su iceberg».