El 28 de noviembre fue mi cumpleaños y me gustaría compartir esto con ustedes. A mis treinta y dos años empecé a aprender a decir no y a poner límites. No sé cuándo lo lograré del todo, pero ya comencé a hacerlo y eso es lo que cuenta. A mis treinta y dos años terminé de escribir mi primera novela. No sé si vuelva a escribir una historia así, con tanta alma, pero ya lo hice y eso es lo que importa. A mis treinta y dos años me rompí, pero me rompí del todo. Me quebré y tuve que tomar la decisión de recoger las piezas de mi cuerpo, sobre todo las de mi autoestima, que salieron disparadas por doquier. Volver a pegar cada pedacito de mí dolió más de lo que me dolió romperme, pero haber tenido el valor para intentarlo es lo me ha hecho comprender que la vida sigue, y que a pesar de mis cicatrices, vale la pena seguir con ella. Sí, a mis treinta y dos años fui polvo, pero de estrellas, y a mis treinta y tres años pienso volver a brillar.