Sigo enredada en las sábanas de mi cama, cuando el señor Tiempo abre la puerta del cuarto. «Es tu momento», pero yo no estoy lista, nunca lo estoy. Llevo 32 años improvisando en este teatro que se llama vida. Él me dice: «Has estado en silencio y en quietud, ya existe otro tipo de poder en ti. Lograste conquistar los rincones de la soledad». Y lo sé, para todo hay un momento y ahora es momento de actuar. El señor Tiempo quiere motivarme, pero la motivación tiene que moverse desde las entrañas. Él lo sabe, y como lo que le sobra a este señor es tiempo, se sienta a mi lado. Estoy encorvada y él me toca la espalda. Sube y baja los dedos por la espina dorsal, como lo haría el elevador de un edificio de Shanghai.